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Grito de Independencia

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Independencia, el surgimiento de un mestizaje democrático     

 

Los movimientos independentistas que se originaron a principios del siglo XIX en América, no tuvieron su condición principal en el continente. Aunque bien habían existido movimientos revolucionarios como el de “los comuneros” en Colombia liderado por Manuela Beltrán y José Antonio Galán en 1781, y el movimiento indígena de Tupa Amaru en Perú en 1782, la condición fundamental para el éxito de las juntas en 1810 fue la entrada de Napoleón Bonaparte en el año 1808 a España y la abdicación forzada a la corona tanto de Carlos IV como Fernando VII (León Naverro & Fernandez Sirvent, 2011).

 

En ese momento España se encontraba sin un rey soberano, y por lo tanto las colonias debían tomar parte en esta situación. El movimiento independentista de la Nueva Granada aprovechó la situación y organizó un plan para derrocar al virrey Antonio Amar y Borbón, el plan se denominó “El florero de Llorente”. El día viernes, el día de mercado y por lo tanto día al que asistiría la mayoría de los habitantes de Santa Fé, se le pediría prestado un ramillete (florero) a don José González Llorente, el cual se negara o no, iba a ser culpado de desprecio hacia los criollos y con ello avivar el fuego de la insurrección. El plan fue un éxito, y sin necesidad de mucha violencia se gestó el grito de independencia en Colombia.              

 

No obstante, no tardó en llegar la primera oleada de violencia denominada la "patria boba". Este periodo de violencia se caracterizó por la lucha entre centralismo y federalismo (Lievano Aguirre, 1996) que término con la reconquista por parte del pacificador Murillo en el año de 1804. El centralismo estaba encabezado por Antonio Nariño y el federalismo por Camilo Torres. Si bien, este periodo se caracterizó por la división entre los independentistas, dejando casi de lado a la población (Lievano Aguirre, 1996), se presentaron hechos que deben ser destacados.   

 

El primero es el origen de la constitución de Cundinamarca que en muchos de sus aspectos parece una copia fiel de la constitución de los Estados Unidos (Lievano Aguirre, 1996), tiene otros aspectos que deben ser resaltados. La constitución era monárquico-republicana: aunque parezca una contradicción se declaraba que “don Fernando VII por gracia de la voluntad de Dios y consentimiento del Pueblo legítima y constitucionalmente representado,  (es) Rey de los cundinamarqueses” (constitución de Cundinamarca, pág. 1), él debía cumplir un requisito, de gobernar desde Cundinamarca, si no es así el rey debe ser reemplazado por el presidente (constitución de Cundinamarca, art. 10).

 

Así, los independentistas se protegían sobre cualquier reacción de las potencias europeas, aun perteneciendo a España, aunque esta pertenencia era solo sobre el papel. Esto muestra que la independencia no es un proceso individual de un grupo de personas que pertenecen a un territorio, sino que existen dinámicas de poder con relaciones a países y grupos extranjeros que hacen que la dinámica de independencia de un país alcance un nivel global o un proceso globalizado.               

 

Por otro lado,  se debe llamar la atención sobre el uso de la religión como instrumento político en aquella época. Antonio Nariño, centralista, al verse sitiado por las fuerza federalistas en Bogotá, decide nombrar a Jesús el Nazareno como Generalísimo de los ejércitos centralistas, con ello no solo logra reclutar más soldados, sino que  con la victoria, se va a pensar por parte de la población que el ejército de Nariño era invencible porque era el ejército de Dios (Ibañez, 1819). Esto muestra un rasgo importante de cómo las elites van hacer uso de la religión, para la construcción de la república.    

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